En
algunas conversaciones con personas que trabajan en la administración
pública, escucho con atención sus preocupaciones, gran parte de las
cuales radica en la fractura de lo que podríamos llamar hoja de
ruta. Si que es verdad que todos hemos escuchado alguna vez aquello
de que “Nada es para siempre”, pero puestos a considerar
prioridades, seguramente todos tendríamos algún para siempre mejor
posicionado. Y es que la gravedad de la situación que estamos
pasando, no radica en los recortes de sueldos o servicios. Después
de todo, en este país de tópicos -que no de trópicos, aunque bien
podría serlo- no podemos obviar el maltrato, la mofa social e
incluso el desprestigio que durante años ha sufrido aquellos que
trabajan al servicio a la comunidad. Desde aquel “Vuelva usted
mañana” de Mariano José de Larra – vamos a dejarlo en Larra- ,
a que los usuarios de los servicios acaben aconsejando All Bran al
empleado público de turno, éste ha sido siempre, el chivo
expiatorio de la ineficacia del sistema y de la falta de civismo en
general, de esa deficiente cultura social que gastamos por estos
lares. Razones todas para quitarse preocupaciones de encima: El
colectivo es fuerte, superaron grandes pruebas para llegar ahí,
tuvieron incluso el valor de mantenerse cuando la era del Ladrillazo
invadió estas tierras, y consiguió crear un atractivo mercado
laboral al alcance de la gran mayoría con altos incentivos, que
digo... sueldos indecentes... auténticas tentaciones... dejando
semidesiertos otros ámbitos de la economía también importantes. Y
no es la hecatombe la bajada del salario de un trabajador público,
es mucho más que eso: Si se está atacando directamente a las bases
laborales del sistema es porque los daños son mucho más graves de
lo que cualquiera de nosotros puede estar informado por cualquier
tipo de canal, el problema real es mucho más arduo, no estamos
solamente en crisis, sino que hemos entrado en una lucha social. Un
conflicto colectivo en el que por una vez deberíamos dejar de mirar
las consecuencias y empezar a movernos. Hemos vuelto, para bien o
para mal, a un punto donde la sociedad entera – básicamente la
clase trabajadora- tiene que replantearse muy en serio todos los
acontecimientos que están ocurriendo en las instituciones políticas
y económicas. Son esas dos castas y no otras, las que se han
convertido en los dueños de nuestra estabilidad y de nuestras vidas,
cuando en realidad, es que son estos dos grupos los que deben actuar
a favor de la sociedad, esa misma que les ha dado el voto de
confianza para representarlos, tanto a ella como a sus intereses.
Son
ellos, y en una jugada maestra y gestada con tal lentitud que a la
gran mayoría no ha sido consciente - incluso algunos todavía siguen
en la completa inopia- amparados en la feliz situación que
caracteriza Idilicolandia hasta en sus peores momentos, los que han
amañado el sistema hasta dejarnos fuera.
No
podemos seguir pasivos, sin reaccionar, viendo como en breve serán
nuestras piedras o nuestras personas las que se subasten, en un
mercado negro donde el único pago visible, será no solo la pérdida
de nuestro poder adquisitivo, sino de nuestro bien más preciado, la
libertad, convirtiéndonos de manera irremisible en los nuevos
esclavos del siglo XXI.
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