Son
muchos los que todavía no han tomado conciencia de la magnitud y
gravedad de los hechos:
Por
un lado tenemos esa crisis multisectorial enmascarada básicamente
bajo el capote económico y por otro ese latente analfabetismo cívico
que por la razón que sea tenemos por estas tierras.
Lo
nuestro no es de un día ni dos, ni tampoco podemos culpabilizar al
ladrillo, a los banqueros y políticos. Todo empezó mucho antes
pero nuestra latencia nos impide ver nuestras carencias, razón por
la cual, será mucho más difícil llegar a ver la solución. Somos
un pueblo fácil de engañar, de manipular, un pueblo que vive en una
crisis constante, sobretodo de identidad, porque no nos conocemos y
si no nos conocemos no podemos aceptarnos.
Hace
ya muchos años nos vendieron una democracia pactada donde nosotros
mismos dimos legitimidad a los poderes endémicos, enagenados por los
acontecimientos y sin ser conscientes del verdadero rumbo de nuestros
destinos. No hemos hecho otra cosa más que seguir cortinas de humo
precisas y oportunas que los gerentes de turno han ido lanzando sobre
el negocio. Los gerentes de turno no son más que las generaciones
de poderes anteriores con alguna variación.
Las
clases desfavorecidas no han cambiado. De ellas, solo los más
antiguos pueden de momento o han podido contar con una vida difícil
pero en progresión positiva. El resto no tendrá tanta suerte. De
ese resto, una parte saben que su vida ha estado enmarcada en una
crisis constante, donde el sacrificio empezó en la cuna y el penar
todavía continúa. Las generaciones posteriores, esas que nacieron
con los supuestos cambios de régimen, han sido los más beneficiados
de toda esta aura de modernidad que en un momento determinado invadió
nuestra sociedad y si nada ni nadie lo remedia, van a ser las
víctimas más sangrantes de todo que queda por venir. La gran
mayoría de este colectivo fueron tocados por una de las cortinas de
ilusión que les hizo creer que un titulillo y el empleo ganado en un
momento que el sistema estatal tenía mala prensa, y se había
convertido en un lugar donde todo un alubión de buenos para nada
consiguieron su puesto en el mundo, haciendo de sus torpes
habilidades las pesadillas del machaca de turno. Otra parte de esa
generación todavía corrió peor suerte, aquellos que durante la
cortina del ladrillo llegaron a tener sueldos más abultados que
muchos con verdadero oficio y que pasado el humo, quedaron colgados
de algunos sahumerios adicionales que llenaron nuestro cielo.
Esta
misma tarde me explicaba un vecino su último viaje a Atenas. Por un
lado, me estaba poniendo los dientes largos, explicando los detalles
de un crucero, pero por otra, me estaba dando verdadera pena, porque
era incapaz de relacionar la dejadez de la capital y los vagabundos
que explicaba que llenaban las calles tuviera alguna relación,
directa o indirecta, con los acontecimientos que allí se están
viviendo. Y yo que justamente le había preguntado para ver nuestro
futuro... No se si sentí más tristeza por la situación allí
vivida o por la gran posibilidad que tenemos de padecerla en un
futuro, que por la ignorancia de mi vecino, ejemplo del grupo del
titulillo y el pelotazo. Y viendo este tipo de reacciones, es cuando
me doy cuenta que es a pulso y con alevosía que nos estamos ganando
todo esto. Son muchas las razones: Políticamente nos hemos dejado
manipular, hemos hecho gala absoluta del refrán “Dame pan y dime
tonto”, cosa que me parece una inmoralidad, una dejadez
generalizada como pueblo y individualizada de manera personal. Por
otro lado, siento irreverencia ante los poderes acomodados y los
órganos que han ayudado con nuestra participación ciudadana, a
consolidarlos. Siento verdadera consternación por todos aquellos
que no han perdido nunca el contacto con la tierra y han luchado con
esfuerzo cada día por salir adelante, por todos aquellos que no han
olvidado quienes son y de donde vienen, porque finalmente, serán
-seremos- los más perjudicados, siendo protagonistas de una lucha
sin tan siquiera la esperanza de obtener la supervivencia.
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