No
es solamente vergüenza lo que uno siente al leer que se libera antes
a un violador que a un etarra. Ante ello me pregunto si la lumbrera
que ha decidido eso ha sopesado las consecuencias.
No
hablo de las error que supone tal prioridad sino la que diferencia
las causas de unos y otros.
En
el peor de los casos, ambos podrían llegar a obrar con resultado de
muerte, que sería en todo caso la peor consecuencia sobre el ser
humano. Pero todos sabemos que ni los unos ni los otros, siempre
llegan a ese fatal desenlace.
Por
lo tanto, vamos a irnos hacia el otro lado, el de las causas, y vamos
a mirar desde ahí, quien merece qué.
Un
violador es de entrada alguien que no tiene respeto por la persona,
alguien que actúa dando rienda suelta a sus instintos más básicos
de manera descontrolada o con premeditación matemática, es alguien
que consciente o inconscientemente tiene como objetivo destrozar la
vida a la víctima.
Un
etarra es un soldado. Alguien que una vez agotadas las armas
oficiales, decide reivindicar su espacio por la fuerza o también -no
se puede obviar- venga, -por llamarlo de alguna forma- toda la
opresión en manera de violencia que su colectivo a recibido,
sencillamente por tener unas ideas diferentes a otros, por algo tan
noble como es querer la libertad de su propio pueblo.
Un
violador nunca pasa desapercibido en una vida. El efecto de una
violación, por la parte más leve, puede dejarte una cicatriz de por
vida, indeleble; puede marcarte por fuera y por dentro; puede hacer
que tu vida, desde ese mismo instante, se convierta en un infierno; o
lo que aveces es para muchos agredid@s
deseada: la muerte.
Un
etarra puede ser cualquiera que se cruza en tu camino, incluso aquel
en días contados te amó contra todo pronóstico; alguien que no
quiere el daño de nadie; alguien que quiere ser escuchado; alguien
que quiere ser libre; alguien que vive en guerra porque no se deja
embaucar por situaciones que venden al resto.
Quizá
es ahí donde los de marras han visto la peligrosidad: no en la de
las víctimas puntuales, esas que cuando las hacen ellos denominan
daños colaterales, sino en el riesgo de que quiebren las bases del
sistema absurdo que los ampara y los protege.