Como
bien se comenta en cualquier tertulia que se precie, si hay algo que
a día de hoy de lo que todavía puede presumir el burgo, es sin duda
el acceso a la información.
Es
por ello que pese a la gravedad de todo lo que acontece en el mundo
en general y en nuestro pequeño marco en particular, no se acaba de
entender la discreta posición que mantiene.
No
es necesario remitirse a ningún hecho específico porque de la misma
forma que todos en nuestra vida cotidiana, un mismo elemento lo vemos
con diferentes características, ocurre igual en el resto.
La
atención de hoy ha recaído sin duda sobre la supuesta veracidad de
los logros sociales –y cuando digo sociales quiero englobar con
ello todo lo perteneciente o relativo a la humanidad.
Es
bonito, resulta incluso elegante, hablar de conceptos como
“redistribución de la riqueza” y entenderlo de manera tan
dispar. Es evidente que cuando se habla de ello no se puede entender
que hay repartir, que es lo que parece algunos entienden y otros, de
manera supuestamente, ¿malintencionada?, ¿errónea?, ¿inadecuada?
(Siento no ser alguien ilustrado en eso que denominan “lenguaje
políticamente correcto”) quieren hacer ver al resto.
Cuando
se habla de redistribución debería hablarse de igualdad
contributiva y tributaria, siempre de manera proporcional al
patrimonio o a la productividad. Eso no ahuyenta a nadie. Ese tipo
de transparencia genera en primer lugar, seguridad para todos.
Cabría
pensar remitiéndonos a todas las noticias que los logros alcanzados
durante el último siglo han caído en saco roto, o no son más que
un espejismo que algunos creyeron ver.
En
última instancia todo lo que pasa por mi cabeza es negativo: Por un
lado veo un Alzheimer social generalizado, que parece haber olvidado
todo lo negativo que una revolución llevada al límite puede
ocasionar, y de otra parte, más negativa todavía, y siguiendo esa
tónica novelística que mis reflexiones acusan, me da que pensar que
en realidad el mundo no es más que la puesta en práctica de un
texto de Fleming.
Los
llamados a ejercer como padres del mundo están obrando como si
fueran a ser eternos, sin tener en cuenta que aquellos que no
gastarán en cien vidas que tuvieran y que de cierto nunca tendrán,
podría evitar que la vida de otros llegara a término, cuanto menos,
estructural: no estoy diciendo en ningún momento que nadie regale
nada a nadie, pero si que generen para ellos y para los que no han
sido tan afortunados. Dormirán más tranquilos y podrán evitar el
trabajo de lavar su dinero y su conciencia utilizando la oenegé de
turno.
No
quiero dejar de recordar esa frase lapidaria que acunó todas las
grandes revoluciones: No hay nadie más peligroso que aquel que no
tiene nada que perder...