viernes, 13 de junio de 2014

A GRANDES MALES PEORES REMEDIOS

Después de un largo silencio, del cual como quien dice, hago un lapsus, vuelvo a compartir con todos ustedes un rato. Seguro que todos están pensando que vuelvo abrochando el tirón mediático de la república, pues no, quizá otro día. Hoy la cosa va de otra cosa más trillada pero con nuevas ilustraciones. Me hice clienta del hipermercado casi sin darme cuenta, hace ya tantos años que ni lo recuerdo. Iba con mis padres todos los sábados y salíamos con un carro metálico lleno a rebosar. Crecí, tuve mi propia casa y opté de forma automática por la compra en el hipermercado. Hubo un tiempo en el que esta costumbre me hacía recorrer ochenta kilómetros –cuarenta de ida y otros tantos de vuelta- para hacer la compra, -tengo que aclarar que por ese tiempo cambié la periocidad de ésta y me ví obligada a comprar un arcón congelador, por supuesto, en el hipermercado. Realmente, cuando uno se hace cliente con ese punto de fidelización a una marca no es solamente por el precio, aunque éste sea importante. Existen otros factores tales como la atención y el servicio post venta. Esa responsabilidad por parte del establecimiento que es tan importante. Recuerdo que en una ocasión mi madre se rozó de manera accidental con un palé de lejías donde al parecer había un envase roto o mal cerrado y acabó con el pantalón mojado y manchado. Le dijimos a un reponedor, a modo de aviso, lo que nos había ocurrido. Lejos de otro propósito que no fuese evitar que otra persona se manchase la ropa, nos encontramos con que una señorita nos vino a preguntar que había ocurrido. Al explicarle, nos dijo que fuésemos a la zona de textil y eligiéramos un pantalón. No entendíamos nada. Mi madre se fue con un pantalón nuevo de estreno puesto y el que llevaba al entrar en el establecimiento en una bolsa, sin pagar un euro y con una disculpa por parte del establecimiento. Ahora todo el mundo deja un poco de lado este tipo de detalles, le restan importancia o directamente se la dan al precio o al mantilleo con castañuelas, que hace como que quiere que todos los lujos lleguen a los de a pié, rematando la oda con el producto nacional. Es cierto que en estos últimos tiempos desgraciadamente se ha perdido la cultura de mercado y de comercio pequeño y que las grandes empresas en su eterno afán de crecimiento han dejado yermas de ilusión y de esperanzas a los pequeños comercios y a las plazas de abastos, de hecho hay algunos ayuntamientos que se están planteando ventilarlas de alguna forma. Personalmente no puedo hacer una valoración como usuaria de este servicio porque como he dicho anteriormente, me formé como consumidora en las grandes superficies. Y con ellas continúo. Si dicen que el mayor enemigo del pequeño comercio es el centro comercial y la gran superficie, también deberían decir que de estos, los nuevos mercados también lo son y es por ello que éstas se han espabilado y han renovado su zona visible con modernidades planetarias como su zona de recursos humanos, donde lejos de seguir dando el buen servicio de antaño, han esquilmado todo el personal posible para disminuir costes sin importarles que sus establecimientos dejen de brillar por su buena atención al cliente. Cuando me refiero a la atención al cliente, antes de decir que es buena o mala, debo aclarar que ha pasado a ser casi inexistente, y por otro lado, igual que ha pasado en otros lugares donde el empresario no busca más opción para que le salgan los números que reducir el personal, el que queda, va desbordado, y lo que en su tiempo fue simpatía y profesionalidad se convierte en ocasiones en malhumor y grosería, cosa que no debería ser, pero que como se trata de seres humanos y no de máquinas, ES. Por poner un ejemplo, hace unos días, en mi querido planeta, en ese que empecé a ser cliente como hija de cliente hace ya unos cuarenta años, me encontré que al comprar un producto y abrirlo en casa faltaba una de las piezas. Se trataba de una pequeña lcd de oferta, de marca “no te fijes” y lo que faltaba era el mando. El día que la compré, al llegar a casa me fui a trabajar con lo que no fue hasta dos días más tarde cuando abrí la caja. Observé al desembalarla que no tenía precinto adhesivo en la pantalla, pero como era tan barata no le dí importancia. Lo único que se me pasó por la cabeza era la cola que había hecho en el mostrador de la zona de electrodomésticos dos días antes debido a la escasez de personal. Como digo, me fui al planeta esperando que no hubiese ningún problema y me dieran el mando que me faltaba. En la caja central y en seguridad no lo hubo. Al llegar al mostrador de marras era la primera. Cuando se incorporó la señorita al trabajo, unos diez minutos después de la abertura del establecimiento, le expliqué el caso. Me pareció que no me escuchaba, pero bueno, eso siempre es subjetivo. La señorita sacó la lcd de la caja y la enchufó, supongo que para comprobar que no se había manipulado –menos mal que al que decidió “manipular” el envase no tocó la lcd porque seguro que aquella mujer había aprovechado para decirme abiertamente lo que estaba pensando: “ladrona de mandos”. Ustedes se preguntaran que como puedo saber lo que estaba pensando aquella mujer si en ningún momento me lo dijo, pues muy fácil: Se empeñaba en hacerme la devolución del dinero y yo quería un mando. Al final me preguntó de forma descarada aunque eso sí, sin perder la compostura “Ah, pero… ¿quiere usted la tele?” Pues eso… que no me la quiero encontrar en el planeta y tengo que volver a hacer la compra, que yo no sé ir al mercado, que por cierto, en mi pueblo no hay, y tampoco me gusta ir al de las mantillas, que cada año nos mete un venenito nuevo y nos cierra algún negocio de aquí para sustituirlo por otro más lejos… En fin, lo de siempre, que el consumidor, que al fin y al cabo es el que gasta su dinero, es el más perjudicado en todo esto.