Vuelvo
a casa tras mi jornada de trabajo -si, todavía pertenezco a ese club
de privilegiados- ¡Qué ironías tiene la vida! Si a los
habitantes de Europa de hace aproximadamente tres siglos les hubiesen
dicho que el trabajo formaba parte de su estamento, posiblemente
hubiesen tenido una razón menos para defender su estirpe...
Durante
del camino de vuelta a casa, que acostumbro a hacer caminando, las
calles de mi ciudad en esta época del año acostumbran a estar de
bote en bote: la gente sentada en las terrazas, en los parques o
paseando al fresco. Siempre converso con algún conocido en el
trayecto y me dan las tantas. Hoy, esas calles carecían de
movimiento, daba la impresión que mis vecinos habían sido víctimas
de un ataque químico y que yo era la única superviviente. De
repente, escuché un grito que provenía de la ventana de un
edificio: “Goooooooool”
Entonces
lo entendí todo, la ciudad no había padecido un ataque químico
sino uno de futbolitis, todos se encontraban viendo el Real Madrid –
Barcelona.
He
de reconocer que no es el fútbol una de mis adicciones y quizás por
ello, no acabo de entender, como con las temperaturas que estamos
padeciendo, tenemos el valor de ponernos delante de una pantalla, de
LCD mismamente, con el calor que expele, el cual hay que sumárselo
al que ya tenemos en el ambiente, por no contar con nuestra calentita
situación, esa que nos pone al rojo vivo -de suspenso- en la mayoría
de nuestras tareas como ciudadanos, como estado. Y ante el solitario
evento -yo sola ante una luna de tres pares y unos gritos que llegan
a ella, me pregunto: ¿Somos realmente una tierra de valientes, como
refieren las coplas o es que somos realmente tan simples porque la
temperatura nos cocinó el cerebro?
O
¿yo soy la tonta más tonta de todos y no entiendo, como un país
puede quedar paralizado por un partido de fútbol?
Ni
que los futbolistas nos fueran a arreglar el país... O a lo mejor
si... la supercopa nos dará de beber a todos...
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