La
curia principesca debería tomar los abucheos, no como una falta de
respeto y una muestra de mala educación sino como lo que realmente
son, un aviso de lo que está a punto de suceder. Solo se necesita
leer entre líneas, no hace falta ser una mente privilegiada para
entender que la conducta aparentemente impropia de los asistentes al
teatro más selecto y afín a la corte, no es más que una
advertencia de lo que ocurre en el país. Ni más ni menos que un
aviso en clave que parece pocos han entendido y que viene a decir,
con formas de juglar del siglo veintiuno y aprovechando la sala de
butacas y los palcos, que es donde nos encontramos, algo parecido a
una pantomima de lo que se cuece en los fogones del burgo, utilizando
como elemento definitorio, esos modales hoscos que desde siempre y en
la mayoría de las ocasiones de manera desafortunada, se asocian con
todo aquello relacionado con esa parte de la sociedad, esa que
necesita recurrir al bajo recurso de trabajo si de llenar su buche de
lo que se trata.
Los
lacayos de turno, en muchos casos aristócratas de mediopelo venidos
a menos, otros de la familia del quiero pero no puedo, y los amos del
dinero, esos que pretenden teñir de azul su sangre a base de
mantecadas de billete morao, no han dejado pasar la oportunidad de
ganar la gracia real, aunque parece ser, que tan rebuscado ha sido el
giro, que ni los más refinados pareceres han entendido.
De
la gracia en cuestión para estos últimos, si que podría no
entenderse ese extraña relación, que más que socio-política
parece de amor-odio, que de querer tapar el sol con un dedo pasan a
querer apagarlo a manguerazos.
Y
mientras este teatrillo, valga hoy decir, gran teatro, el burgo hace
la compra destapando los contenedores, bolsa en mano. Y yo, pedazo de
carne, me siento culpable, porque todavía puedo ir al mercadona. Y
otros... de opereta...
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