Ha
sido justo en estos últimos días de campaña cuando por fín he
comenzado a ver un sentido a todo este movimiento partidista. Si que
es cierto que desde un primer momento me pareció todo un dislate
concejalístico el hecho de que para nuestra pequeña ciudad hubiese
un total de quince fuerzas políticas con deseos de representar a sus
vecinos en la casa consistorial y cierto es también que no siendo de
albergar malos sentimientos para con nadie -vamos, siendo un primo en
toda regla- me ha costado darme cuenta que no todo eran intenciones
desinteresadas por el bien de la comunidad. Una gran parte de la
especie política de la ciudad se mueve por un bien escondido ánimo
de lucro; otros pocos porque la sed de gobierno los seduce
llevándolos hasta pactos insospechados -algunos dicen que por una
concejalía estarían dispuestos a pactar con el mismo diablo, y si
eso es así, ¿que no estarían dispuestos a hacer por tener el
bastón de mando entre sus manos?
Lo
cierto es que aquello del espíritu del quince eme ha quedado más
que olvidado. Lo que en un principio se presentaba como una
manifestación antisistema, mutó rápidamente a un mero desacuerdo
con los partidos hasta la fecha. Hubo un momento en que el clamor
popular apoyó las iniciativas allí representadas con la certeza de
que el bipartidismos asentado tenía mucho que ver en la gravedad de
la situación. Pero ha sido poco el tiempo transcurrido desde
aquellos momentos hasta ahora, un momento en el que todas aquellas
fuerzas parecían haberse convertido en los mesías políticos de
turno, y digo parecían porque una vez en la palestra, han demostrado
que no son más que nuevos programas dentro del sistema establecido.
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